El
retablo mayor de la iglesia de Santa María de Maluenda guarda más de una
curiosidad que iremos descubriendo poco a poco. Hoy me voy a centrar en un
pelícano con sus tres crías que se encuentra sobre la talla de la Virgen.
¿Por
qué nuestros antepasados quisieron
representar la figura de un pelícano en este retablo?
Cuenta
la leyenda que la hembra del pelícano es capaz de herirse el pecho con su pico y
sangrar para alimentar a sus crías y así salvarlas, ofreciéndoles su propia
vida. Este hecho hizo pensar a los antiguos que el pelícano era símbolo del
sacrificio absoluto y representa a Cristo que derramó su sangre en el sacrificio
de la cruz, entregándose y llegando a morir para salvar a la humanidad.
San
Agustín señala que mientras la serpiente (representante del mal) es capaz de
comerse a sus propias crías, el pelícano se abre el pecho para que su sangre
les devuelva la vida. Y como tal aparece en la iconografía cristiana sobre todo
a partir del s. XIII en que simboliza a Cristo derramando su propia sangre en
la cruz, hecho que recuerda el acto de
amor y de entrega, que es el sacrificio de Cristo, actualizado en la
Eucaristía.
La
Eucaristía es el momento en el que el mismo Cristo nos alimenta con su cuerpo y
su sangre para salvarnos. Así como el pelícano da la vida por sus crías, Cristo
da la vida por nosotros para que podamos tener vida eterna, y así como las
crías no podrían vivir sin la carne que les da, tampoco nuestro alma podría
vivir sin el alimento de la Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
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